Si no llega a las casas, el diseño es invisible
ENTREVISTA CON LUIS RAMÍREZ
Si no llega a las casas, el diseño es invisible
Ivette Leyva García
El 0223, de esto hace más de treinta años. Sí, ese era el número, el que le asignaron entre más de ciento cincuenta jóvenes para hacer las pruebas de aptitud de diseño; esas que llegaron de manera sorpresiva porque hasta entonces la carrera no contaba con becas y para un soñador como él, nacido en La Habana, pero criado en Santiago de Cuba, la aspiración de estudiarlaquedaba en utopía.El 0223… Es imposible interrumpir a Luis Ramírez para preguntarle si está seguro. Extrae ese recuerdo de una memoria prolija de la que hace gala a todo lo largo de la entrevista, lo desempolva sin trabajo y nos lo entrega sonriente,diáfano y con espontaneidad. Así se nos presenta, sencillo, cordial, agradecido, pues no se olvida de decir que él no estaría “aquí, donde está ahora”, sentado en medio de una de sus exposiciones, si no fuera porque en el año en que él debía entrar a la universidad, Fidel visitó el Instituto Superior de Diseño (ISDi) y al conocer que no había becas para estudiantes de otras provincias, mandó a que buscaran a los muchachos con condiciones en todo el país, “que las becas iban”.
Y las becas fueron, y Luis se enteró horas antes de que las pruebas de aptitud se iban a hacer en su provincia, y a presentarse fue sin tijeras ni lápices de colores, porque él no sabía que debía llevarlos, y pidiéndolos prestados venció cada examen, y al final del día supo que era el único aprobado…
“La vida da unas vueltas, quién sabe dónde yo estaría o qué hiciera si las cosas hubieran sido diferentes”, nos dice; pero el azar, nunca tan fortuito, así suele presentarse, con transparencia y naturalidad.
Para conocer más de esos giros en la vida profesional de este diseñador, empezamos hablando de recurrencias, de las cerámicas y los muebles que engalanan su portafolio.

— ¿Dos pasiones que le interesan por igual? ¿Las únicas?
— Me gustan ambas especialidades, pero también es lo que he tenido la oportunidad de hacer. Quizás si existiera una industria de enseres o automovilística también me hubiera dedicado a eso —sonríe y hace una pausa.
«Yo amo el diseño industrial, forma parte de mi vida; junto a mi familia es lo que más quiero.
«En mis tiempos de estudiante en el ISDi, nuestra formación era muy integral. Cerámica fue la última especialidad que me impartieron y me cautivó, porque tenía la posibilidad de llevar el diseño al producto muy rápidamente. Ver el volumen, interpretarlo, ajustarlo, trabajar sobre él…
«Decidí enfocar mi tesis en cómo podía intervenir la cerámica en el desarrollo de los diferentes sectores del país y a unos inversionistas les interesó la propuesta que hice para el turismo. Su implementación exigía que me fuera a trabajar para la Isla de la Juventud, aunque yo era de Santiago de Cuba, pero allá se producía casi toda la vajilla que se utilizaba en el país y mi deseo de recién graduado era conocer al detalle el funcionamiento de la industria, cómo se insertaba el diseño en la producción,así que sin pensarlo dos veces dije que sí.

«Cuando terminé el servicio social regresé a mi provincia, en la cual no había talleres de cerámica por lo que me incorporé a la industria del mueble, especialidad que también me gustaba. Aprendí mucho en muy poco tiempo, pues a partir de unos diseños que hice para el santiaguero hotel Casa Granda, se me ofreció la oportunidad de hacer el mobiliario del Santa Isabel, el primero de categoría cinco estrellas plus en el país,ubicado en La Habana Vieja. En aquellos tiempos todo se hacía a mano. Los planos a veces no me cabían en la mesa de la pequeña oficina que por entonces tenía, así que los abría sobre el piso y ahí diseñaba. Me gustó muchísimo este trabajo, porque me exigía rebuscar en los aspectos históricos de la edificación para recrear un espíritu del pasado con usos y visualidad contemporáneos. La historia es algo que siempre me ha gustado, quizás influenciado por mi mamá, profesora de esa asignatura.
«A mediados de los noventa me ofrecieron venir para la capital, a trabajar en una empresa mixta que producía luminarias. Ahí adquirí mucha experiencia en temas administrativos y de dirección, pero realmente estuve poco tiempo porque mi pensamiento estaba enfocado en diseñar, crear.

«Luego me uní a la Fundación Caguayo, dirigida por Alberto Lescay, en la cual existía la necesidad de armar una oficina de representación y diseño aquí en La Habana.Asumí un rol de dirección pero sin limitaciones para mi actividad creativa —precisa Luis aludiendo a su responsabilidad como vicepresidente de dicha organización.
«Fue una época de realización de muchos proyectos para inversiones de la Oficina del Historiador y del polo turístico, pero con la característica de que la producción se le contrataba a la industria, lo cual generó algunos incumplimientos en tiempos y parámetros de calidad. Eso me hizo pensar en hacer un pequeño taller donde realizar los objetos tal cual los imaginaba y Eusebio Leal nos ofreció el espacio, en Obrapía, entre Cuba y San Ignacio. La labor de rescate constructivo que debimos hacer allí ha fructificado en proyectos como el del Hotel Saratoga, el Teatro Martí, el Tribunal Supremo y ahora la restauración, reproducción y en algunos casos creación del mobiliario para las diferentes salas del Capitolio Nacional.»

Mientras relata sus experiencias en el camino del diseño industrial Luis nos va señalando, poniendo ejemplos. “Esta juguera la hice en la Isla de la Juventud, sí, con la tecnología de inicios de los noventa, y aquella silla, para el Santa Isabel”. En un lateral invitan a la comodidad varias mecedoras y en el otro, el Mondrian, Premio ONDi Diseño 2018; en una esquina, llama la atención una maciza sierra sinfín, “es de principios del siglo XIX, con ella trabajé muchos años y funciona todavía”.
La posibilidad de acceder a tantos recuerdos tangibles nos la da Factoría Habana, galería que abriga la exposición Convergencias. Diseños de Gonzalo Córdoba y de nuestro entrevistado ocupan allí la primera y segunda planta, respectivamente. Una suerte de nexo —entre objetos de un pasado que no caduca y de un presente que mucho ayudaría a valorizarnuestros diferentes ámbitos— se establece entre las propuestas que integran la muestra, con la cual además se le da continuidad a una tradición expositiva que, en el campo del diseño, existe en Cuba desde los años setenta del pasado siglo.
— Hay quienes nos critican, nos dicen que el diseño no tiene que estar en las galerías, pero eso depende del contexto. En Cuba, exposiciones de este tipo son necesarias porque es una forma de dar a conocer lo que no está en las tiendas.
«Hablamos de productos pensados para los cubanos, para satisfacer necesidades humanas con las condicionantes de nuestro país, y con tecnologías y materiales que podemos encontrar aquí.
«Tanto Gonzalo Córdoba como Clara Porset—diseñadora de cuya obra se hizo una exposición en la misma institución en el 2016—, prestigiaron mucho a Cuba con su trabajo, antes y durante los primeros años de la Revolución, momento en el que, gracias al apoyo de Celia Sánchez, tuvieron un papel imprescindible en la confección del mobiliario de espacios institucionales, públicos y socialmente sensibles como la escuela Camilo Cienfuegos. Todavía existen muchos de esos muebles, realizados con maderas cubanas y en talleres cubanos. Aún hoy muestran un alto valor estético y funcional, no pierden sus cualidades.
«Siento que mostrar todo esto es una necesidad del país. No lo hago a título personal, como admirador de estos dos referentes; es algo que deben conocer los diseñadores y el pueblo; es decir, los profesionales y beneficiarios de los productos de diseño. Todo este potencial también debe ser de interés de la industria, de los decisores. Malgastamos muchos recursos importando cosas que no tienen nada que ver con nuestro clima, con nuestra cultura.
«Los espacios diseñados por Córdoba, por ejemplo, denotan cubanía, enseguida te transmiten un bienestar que te hace sentir en casa, son coherentes con lo que somos y nuestra forma de vivir. Pero el despliegue que tuvo su obra y la de Clara en los primeros años de la Revolución, amparado en la visión pro diseño de Celia, no ha podido replicarse en las últimas décadas.
«Tenemos que aprovechar nuestros recursos, nuestros materiales y nuestro talento; que lo que se importe del exterior sea porque no haya más remedio. Mientras más cubanas sean nuestras creaciones, más internacionales serán.»

Para dialogar sobre el amor profesional que lo ocupa y lo desvela Luis no precisa de una retórica abigarrada; su discurso es tan sencillo y orgánico como sus diseños, desde los cuales habla a través de un lenguaje que conoce bien, que articula con precisión poética. “Hay que conocer el lenguaje de la forma, no se diseña por diseñar. Cada línea que se trace debe tener un porqué”. Le pregunto entonces, para que me diga en su peculiar idioma, qué atributos deben acompañar a un buen profesional del diseño.
— Un buen profesional del diseño en Cuba debe ser un buen comunicador, tenemos que ayudar a que en nuestro país se redescubra la importancia de la profesión, explicar su trascendencia con argumentos sólidos. Asimismo, debe ser humilde y sencillo, de esa manera las personas nos escucharán mejor; imponerse no ayuda. Resulta también imprescindible conocer las tecnologías con las cuales trabajamos. El diseñador está entrenado para pensar constantemente en nuevas alternativas, para detectar problemas y generar soluciones, para hacer que la industria se salga de su rutina; pero hay que partir de entender las posibilidades tecnológicas.
«Creo que en general el pueblo cubano es muy creativo, el enfrentamiento constante a las dificultades que hemos experimentado nos ha desarrollado esa característica, que se maximiza en el caso de los diseñadores; todo está en que ese potencial se aproveche para beneficio de nuestra sociedad.»
De Factoría Habana al taller en el que nuestro entrevistado logra corporeizar muchas de sus ideas hay pocas cuadras, conocer el lugar en que ocurre esa metamorfosis atrae. En el camino encontramos, sentados en las aceras, a vecinos que observan la vida transcurrir en las calles, conversan y al paso de Luis levantan la mano y le muestran su afecto, que no es lo mismo que un saludo. Pienso entonces en una certeza que lo acompaña: “el diseño es una profesión muy humana, te hace reflexionar todo el tiempo sobre las necesidades de las personas, te obliga a ponerte en el lugar del otro, del usuario y en ese camino uno se hace cada día mejor persona”. ¿Pero cómo lograr que ese ejercicio se haga más cotidiano en nuestro país;que haya más diseñadores pensando en las necesidades de sus coterráneos, más industrias asumiendo desde la producción ese ejercicio creativo, más diseño nacional y menos importado?
— Hay que convencer, la comunicación es vital. El diseño cubano existe, pero al no llegar a las casas es medio invisible. La industria no lo produce ni se toman acciones para apoyar a los pequeños productores con materias primas más económicas, que permitan abaratar el precio del producto final. Y si el diseño no está allí donde puede ejercer su función, la otra forma de mostrar su importancia es comunicándolo, con discursos bien preparados, defendidos por nuestras instituciones.
«Los que deciden quizás no saben cuántos problemas puede resolver el diseño y la población probablemente tampoco conozca en qué medida esta actividad puede impactar en el incremento de su calidad de vida.
«El mundo en la actualidad va hacia el diseño, en torno a él gira la producción de bienes y servicios. Para el socialismo, contar con los aportes de esta disciplina no solo es útil sino imprescindible, pues tanto en el modelo social como en la profesión, la principal preocupación es satisfacer las necesidades humanas.Y si esto se hace acompañar de un enfoque no consumista, se puede aportar mucho a la racionalidad de los recursos, a la durabilidad de la vida útil de los objetos.
«El diseño está hecho para resolver problemas, para que sea fácil y atractivo. El diseño nos puede hacer más felices.»
Entrevista publicada en noviembre de 2018, en la Revista La Tiza No.5

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