Seamos inconformes, apostemos al diseño
Seamos inconformes, apostemos al diseño
Pedro García Espinosa Carrasco
“Mira Pedrrrró… yo también siento mucho orgullo por esto…”, me decía sonriente en pleno 1991, en el Laboratorio Brasilero de Design, mi colega y amigo, el diseñador suizo Jacques Berset.
Habíamos estado conversando sobre las marcas, los signos que identifican a un producto, incluso a un país. Le había comentado la fuerza con que Suiza utilizaba la cruz de su bandera como un símbolo de todo aquello que producía con calidad. Sin embargo, él me respondió que la marca era un complemento importante, pero de lo que él sentía orgullo precisamente era de la calidad de los productos suizos.

Me decía esto mientras blandía en su mano un pequeño chocolate artesanal de su tierra. Yo, para “no quedarme dado”, le señalé el tabaco cubano que tenía en la otra mano, y que recién le había regalado. Su riposta fue demoledora; se quitó el reloj Swatch de su mano achocolatada y me enseñó la precisión de la unión entre la manilla y las diferentes hendiduras de la caja del reloj, me dijo: “…esta correa encaja perfectamente, pero no solo en este, sino en todos los relojes Swatch; eso es calidad de diseño y de producción, Pedrrrró. El diseño rentabiliza el producto y la producción cumple y garantiza esas exigencias. Para nosotros eso también es motivo de orgullo, la calidad es un símbolo de Suiza, de lo que hacemos…”.
Ahí mismo le di una mordida al chocolate que me había regalado Jacques, sonreí y comencé a hablarle sobre el calor que hacía esa mañana…
Cuentas de diseño por pagar
A pesar de los años transcurridos desde entonces, todavía hago esta anécdota para recordar y recordarme que aún tenemos en nuestro país una gran deuda acumulada en la calidad del entorno material que nos rodea, y empezar a saldar ese débito pasa por incorporar cada vez más diseño a nuestros procesos productivos y de servicios.
Sentimos orgullo al decir que somos un país instruido, que las garantías de salud y educación están cubiertas para todos, que hemos sobrevivido a crisis políticas y económicas frente al mayor adversario posible; todo ello es cierto, pero de poco sirve mostrar y enarbolar las caras brillantes de la moneda cuando su borde está desdibujado y feo. Ese borde, el cual le da equilibrio a la moneda y no se valora lo suficiente –por las causas que sean–, es nuestro entorno material y de infraestructura, es el mundo objetual que nos rodea en la casa, el trabajo o en la escuela. ¿Por qué ese mundo objetual tiende a ser como generalidad incómodo y feo? ¿Dónde está escrito que nuestro sistema social deba ser así?

La construcción de un modelo socialista próspero pasa también por actualizar y conducir todo nuestro potencial y conocimientos en función de lograr la mayor calidad en lo que hacemos, cuidar hasta el mínimo detalle. No entender que esa variable es aportadora de valor ideológico al entorno material que producimos es un error. Si fuéramos a traducir esta aseveración en un ejemplo concreto, visualicémonos tratando de convencer a alguien de la superioridad de nuestro modelo económico, mientras le hacemos una colada en una cafetera de la industria nacional a la que se le derrite el asa o se le cae el agarre de la tapa con los primeros usos.
Descuidar la aspiración humana de perfeccionar cualitativamente aquello que responde a sus necesidades, deja espacio para la entrada de modelos consumistas que atacan simbólicamente nuestros resultados tangibles y peor aún, distorsionan nuestra cultura material, movilizando buena parte del pensamiento social cubano a asumir las marcas globalizadas como únicos patrones de calidad.
Conquistar el “hecho en Cuba”
No hay tiempo para mayores dilaciones, es el momento de hacer, de encontrar sin prejuicio las formulaciones administrativas, financieras y profesionales que permitan incorporar cada vez más diseño a lo que hacemos, para reconquistar ese imaginario popular en el que la calidad —a veces ficticia— del “traído de afuera” prevalece sobre el “hecho en Cuba”.
Podemos tener las mayores dificultades económicas y ciertamente estar obligados a esforzarnos por producir más, por hacer crecer la economía y perfeccionar todo lo que sabemos que en este sentido es esencial; pero si a la par no trabajamos para fomentar la presencia y continuidad de un pensamiento patriota y un mundo objetual sostenible, del más alto estándar que pueda ofrecer el conocimiento humano, la economía y sus futuros logros la van a disfrutar otros. Ello depende de la creación de fórmulas financieras y profesionales que hagan posible una efectiva inserción del diseño en las cadenas de valor, pero también, de identificar retos presentes en nuestro contexto y ante los cuales no podemos conformarnos:
1. Una cultura del detalle vs. Chapucería productiva (el “déjalo así, que está más o menos bien…”).
2. Estado del arte de las tecnologías, servicios y productos vs. Desactualización (la subvaloración de la necesidad del estudio y la actualización constantes).
3. Ahorro necesario vs. Fetiche de los costos (visión del diseño como un costo, no como inversión).
4. Calidad vs. Funcionalidad per se (la desatención de los distintos factores de diseño que conforman un producto, más allá de su funcionalidad).
5. Necesidades reales vs. Mercadeo barato (la certeza de, ante la escasez, lo que sea se vende, aunque sea una pésima mercancía).
6. Pensamiento prospectivo y proactivo vs. Obsolescencia del pensamiento (la pereza para visualizar posibles escenarios, proponer un enfoque estratégico e implementarlo).
7. Todas las fuerzas productivas posibles (estatales, mixtas, cooperativas y privadas) vs. Fuerzas productivas estancas (la necesaria movilización de todos aquellos modos de gestión que le aporten cualitativamente al desarrollo de nuestro modelo social).
8. Profesionalismo vs. Intrusismo (la urgencia de defender cada vez más los valores éticos de nuestra profesión para deslegitimar el actuar de pseudodiseñadores y de quienes malgastan recursos en algo que les parece “bonito”, pero no es diseño).
9. Promoción e Imagen vs. Potencialidades desconocidas (usar eficientemente las herramientas de la comunicación para conocernos entre nosotros, y no ir a buscar en otro sitio lo que tenemos en casa).
10. Producción nacional de excelencia vs. Importación barata (la tendencia a comprar antes de pensar cómo hacer en Cuba y aprovechar el potencial profesional e industrial para sustituir importaciones con calidad).
11. Desarrolladores vs. Copiadores (la preferencia a copiar o ensamblar antes de desarrollar productos autóctonos, subvalorando nuestras fortalezas).
12. Alianzas y encadenamientos transformadores vs. Alianzas dependientes (conciencia de que Cuba necesita la inversión extranjera, pero no tan solo para obtener tecnologías, ampliar puestos de trabajo y producir un bien o un servicio. Ese bien y ese servicio deben incluir la formación del capital profesional y la creación de capacidades de proyectos para el desarrollo de productos y servicios en Cuba).
El escenario de construcción de un nuevo modelo económico y social en el que estamos inmersos presenta desafíos que solo podremos conquistar con una sabia conjunción de valores humanos y conocimientos profesionales, y digo conquistar porque esta hermosa profesión cuestiona, pero convence con hechos, con la concreción de todo aquello que sirve para que la vida de la gente sea un poquito mejor, al punto de hacerles sentir orgullo.
Eso me hace volver a recordar a mi buen amigo Jacques. Hace tiempo que no lo veo, pero desde aquel día en que conversamos, hace ya más de 25 años, siempre he tenido un sueño: despertar un día y estar rodeado de buenos productos diseñados y producidos en Cuba; entonces podría, con similar orgullo al que él sentía por su reloj, mostrarle y regalarle algo más que un tabaco cuando lo viera nuevamente. Quizás ese día aún demore un poco, pero debe llegar, tiene que llegar.
Publicado en mayo, 2018, en la Revista La Tiza No.4
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